El Rincón de Poe


--Vida, cuentos y poemas de Edgar Allan Poe.


El objetivo de esta pagina es mostrar la mayor cantidad de obras provenientes del gran maestro Edgar Allan Poe, si tienes un cuento o algún poema que no aparezca aquí les agradecería mucho que lo compartieran para expandir el blog lo mas posible.
¡Gracias!

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lunes, 27 de junio de 2011

Corazón Delator de Edgar Allan Poe. Animación de 1953 (subtitulado)

Animación


El retrato Oval Antonio Frias BSO Sergio Martin

Animación

Pozo y pendulo-Edgar Allan Poe

Animación


EDGAR ALLAN POE

Mini documental:




Legado de una tragedia.

Proyecto musical inspirado en la vida y obra de Edgar Allan Poe

Aclaro, yo no subí los vídeos a YouTube, solo los público aquí, si falta alguno no es culpa mia, pero si agraderecia que me lo hicieran saber.






























domingo, 26 de junio de 2011

Poemas, Vol.6

Ojalá mi joven vida fuera un sueño duradero

¡Ojalá mi joven vida fuera un sueño duradero!
Y mi espíritu durmiera hasta que el rayo certero
De una eternidad anunciara el nuevo día.
¡Sí! Aunque el largo sueño fuera de agonía
Siempre sería mejor que estar despierto
Para quien tuvo, desde el nacimiento
En el dulce tierra, el corazón
Prisionero del caos de la pasión.

Mas si ese sueño persistiera eternamente
Como los sueños infantiles en mi mente
Solían persistir, si eso ocurriera,
Sería ridículo esperar una quimera.
Porque he soñado que el sol resplandecía
En el cielo estival, lleno de luz bravía
Y de belleza, y mi corazón he paseado
Por climas remotos e inventados,
Junto a seres imaginarios, sólo previstos
Por mí... ¿qué más podría haber visto?.

Pero una vez, una única vez, y ya no olvidaré
Aquel bárbaro momento, un poder o no se qué
Hechizo me ciñó, o fue que el viento helado
Sopló de noche y al marchar dejó grabado
En mi espíritu su rastro, o fue la Luna
Que brilló en mis sueños con especial fortuna
Y frialdad, o las estrellas... en cualquier caso
El sueño fue como ese viento: démosle paso.

Yo he sido feliz, pues, aunque el sistema
Fuera un sueño. Fui feliz, y adoro el tema:
¡Sueños!. Tanto por su intenso colorido
Que oponen a lo real, y porque al ojo delirante
Ofrecen cosas más bellas y abundantes
Del paraíso y del amor, ¡y todas nuestras!
Que la esperanza joven en sus mejores muestras.

Para Annie

¡Gracias a Dios! la crisis, el mal ha pasado y
la lánguida enfermedad ha desaparecido por
fin, y la fiebre llamada «vivir» está vencida.

                                ——

Tristemente, sé que estoy desposeído de mi
fuerza, y no muevo un músculo mientras estoy
tendido, todo a lo largo. Pero, ¿qué importa?
Siento que voy mejor paulatinamente.

                                ——

Y reposo tan tranquilamente, en el presente,
en mi lecho, que a contemplarme se me
creería muerto, y podría estremecer al que me
viera, creyéndome muerto.

                                ——

Las lamentaciones y los gemidos, los suspiros
y las lágrimas son apaciguadas entre tanto
por esta horrible palpitación de mi corazón;
¡ah, esta horrible palpitación!

La incomodidad,—el disgusto—el cruel sufrimiento—han
cesado con la fiebre que enloquecía
mi cerebro, con la fiebre llamada «vivir»
que consumía mi cerebro.

                               ——

Y de todos los tormentos, aquel que más
tortura ha cesado: el terrible tormento de la
sed por la corriente oscura de una pasión maldita.
He bebido de un agua que apaga toda
sed.

                              ——

He bebido de un agua que corre con sonido
arrullador, de una fuente subterránea pero
poco profunda, de una caverna que no está
muy lejos, bajo tierra.

¡Ah! que no sea dicho jamás: mi cuarto
está oscuro, mi lecho es estrecho; porque
jamás ningún hombre durmió en lecho igual—y
para dormir verdaderamente, es en un
lecho como éste en el que hay que acostarse.

                              ——

Mi alma tantalizada reposa dulcemente aquí,
olvidando, sin recordarlas jamás, sus rosas, sus
antiguas ansias de mirtos y de rosas.

                              ——

Pues ahora, mientras reposa tan tranquilamente,
imagina a su alrededor, una más santa
fragancia de pensamientos, una fragancia de
romero mezclado a pensamientos, a sabor callejero
y al de los bellos y rígidos pensamientos.

                              ——

Y así yace ella, dichosamente sumergida
en recuerdos perennes de la constancia y de la
belleza de Annie, anegada en un beso a las trenzas
de Annie.

                              ——

Tiernamente me abraza, apasionadamente
me acaricia. Y entonces caigo dulcemente
adormecido sobre su seno, profundamente adormido
del cielo de su seno.

                              ——

Y así reposo tan tranquilamente en mi lecho—conociendo
su amor—que me creéis muerto.
Y así reposo, tan serenamente en mi lecho,—con
su amor en mi corazón,—que me creéis
muerto, que os estremecéis al verme, creyéndome
muerto.

                              ——

Pero mi corazón es más brillante que todas
las estrellas del cielo, porque brilla para Annie,
abrasado por la luz del amor de mi Annie, por
el recuerdo de los bellos ojos luminosos de mi
Annie....

A mi madre

Porque siento que allá arriba, en el cielo, los
ángeles que se hablan dulcemente al oído, no
pueden encontrar entre sus radiantes palabras
de amor una expresión más ferviente que la de
«madre», he ahí por qué, desde hace largo
tiempo os llamo con ese nombre querido, a ti
que eres para mí más que una madre y que
llenáis el santuario de mi corazón en el que la
muerte os ha instalado, al libertar el alma de
mi Virginia. Mi madre, mi propia madre, que
murió en buena hora, no era sino mi madre.
Pero vos fuisteis la madre de aquella que quise
tan tiernamente, y por eso mismo me sois
más querida que la madre que conocí, más
querida que todo, lo mismo que mi mujer era
más amada por mi alma que lo que esta misma
amaba su propia vida.

A la señorita

¿Qué me importa si mi suerte terrestre no
encierra en mí mismo más que una pequeña
cosa de esta tierra? ¿qué me importa si años
de amor son olvidados en un momento de odio?

No lloro en forma alguna porque los desolados
sean más dichosos que yo, pequeña, sino
porque veo que os afligís por el destino de éste
que no es sino un transeúnte sobre la tierra...

A Elizabeth

¿Deseas ser amada? No pierdas pues
el rumbo de tu corazón. Sólo aquello
que eres has de ser, y lo que no eres no.
Así, en el mundo, tu modo sutil, tu gracia,
tu bellísimo ser, serán objeto de elogio sin fin
y el amor, un sencillo deber.

La estrella de la tarde

Era en el corazón del verano y en medio de
la noche. Las estrellas marchando en sus órbitas
brillaban con un pálido resplandor a través
de la luz más viva de la fría luna, mientras que
ésta, rodeada de los planetas, sus esclavos,
lanzaba desde lo alto de los cielos, sus rayos
sobre las olas.

Yo contemplaba su triste sonrisa, demasiado
fría, demasiado fría para mí. Una nube oscura
vino a pasar, semejante a un sudario, y fué
entonces que me volví hacia ti, Estrella del
Sur, orgullosa en tu gloria lejana. Y ahora
me será más querida tu luz, porque lo que me
traes de más magnificente a través del cielo
nocturno, es la alegría de mi corazón, y yo prefiero
tu discreto y lejano resplandor a esa llama
cercana pero más fría!

Estrellas fijas

                                      I

Te vi un punto;
era una noche de julio, noche tibia y perfumada,
noche diáfana,
de la Luna plena y límpida,
límpida como tu alma,
descendían
sobre el parque adormecido gráciles velos de plata;
ni una ráfaga
el infinito silencio
y la quietud perturbaban;
en el parque
evaporaban las rosas los perfumes de sus almas,
para que los recogieras
en aquella noche mágica;
para que tú lo aspiraras su último aliento exhalaban,
como en una muerte extática;
y era una selva encantada,
y era una noche de ensueños y claridades fantásticas!

                                      II

¡Toda de blanco vestida,
toda blanca
sobre un banco de violetas
reclinada
te veía,
y a las rosas moribundas y a ti una luz tenue y diáfana
alumbraba
luz de perla diluida
en un éter de suspiros y de evaporadas lágrimas!


                                     III

¿Qué hado extraño
(¿fué ventura, fué desgracia?)
me condujo
aquella noche hasta el parque de las rosas que exhalaban
los suspiros perfumados
de su alma?
Ni una hoja
susurraba;
no se oía
una pisada,
todo mudo,
todo en calma,
todo en sueño
menos tú y yo (¡cuál me agito al unir las dos palabras!)
menos tú y yo. De repente
todo cambia.
De la Luna la luz límpida, la luz de perla se apaga,
el perfume de las rosas muere en las dormidas auras,
los senderos se oscurecen
expiran las violas castas,
menos tú y yo, todo huye, todo muere, todo pasa...
¡Todo se apaga y se extingue menos tus hondas miradas,
tus dos ojos donde arde
tu alma!
Y sólo veo entre sombras aquellos ojos...
¡Oh, amada!
¡Qué tristezas extrahumanas,
qué irreales
leyendas de amor relatan!
¡Qué misteriosos dolores,
qué sublimes esperanzas,
qué mudas renunciaciones
expresan aquellos ojos que en las sombras fijan en mí sus miradas!


                                     IV

¡Noche oscura,
ya Diana
entre turbios nubarrones hundió la faz plateada;
y tú sola
en medio de la avenida
funeraria,
te deslizas
ideal, mística y blanca,
te deslizas y te alejas incorpórea cual fantasma;
sólo flotan tus miradas,
sólo tus ojos perennes,
tus ojos de hondas miradas
fijos quedan!
A través de los espacios y los tiempos marcan, marcan
mi sendero, y no me dejan cual me dejó la esperanza.
¡Van siguiéndome,
siguiéndome
como dos estrellas cándidas,
cual fijas estrellas dobles en el Cielo apareadas!
En la noche
solitaria
purifican con sus rayos y mi corazón abrasan
y me prosterno ante ellos con adoración extática;
y en el día
no se ocultan cual se ocultó mi esperanza;
por todas partes me siguen mirándome fijamente
en mi espíritu clavadas...
¡Misteriosas y lejanas
me persiguen tus miradas
como dos estrellas fijas, como dos estrellas tristes,
como dos estrellas blancas!

Poemas, Vol.5

Dreamland

                             I

En una senda abandonada y triste
que recorren tan sólo ángeles malos,
una extraña Deidad la negra Noche
ha erigido su trono solitario;
allí llegué una vez; crucé atrevido
de Thule ignota los contornos vagos
y al Reino entré que extiende sus confines
fuera del Tiempo y fuera del Espacio.


                            II

Valles sin lindes, mares sin riberas,
cavernas, bosques densos y titánicos,
montañas que a los cielos desafían
y hunden la base en insondables lagos,
en lagos insondables siempre mudos
de misteriosos bordes escarpados,
gélidos lagos, cuyas muertas aguas
un Cielo copian tétrico y extraño.


                           III

Orillas de esos lagos que reflejan
siempre un Cielo fatídico y huraño
cerca de aquellos bosques gigantescos,
enfrente de esos negros océanos,
al pie de aquellos montes formidables,
de esas cavernas en los hondos antros,
vense a veces fantasmas silenciosos
que pasan a lo lejos sollozando,
fúnebres y dolientes... ¡son aquellos
amigos que por siempre nos dejaron,
caros amigos para siempre idos,
fuera del Tiempo y fuera del Espacio!


                           IV

Para el alma nutrida de pesares,
para el transido corazón, acaso
es el asilo de la paz suprema,
del reposo y la calma en Eldorado.
Pero el viajero que azorado cruza
la región no contempla sin espantos
que a los mortales ojos sus misterios
perennemente seguirán sellados,
así lo quiere la Deidad sombría
que tiene allí su imperio incontrastado.


                           V

Por esa senda desolada y triste
que recorren tan sólo ángeles malos,
senda fatal donde la Diosa Noche
ha erigido su trono solitario,
donde la inexplorada, última Thule
esfuma en sombras sus contornos vagos,
con el alma abrumada de pesares,
transido el corazón, he paseado...
¡He paseado en pos de los que huyeron
fuera del Tiempo y fuera del Espacio!

Israfel

En el Cielo mora un espíritu,
cuyas cuerdas del corazón son un laúd;
ninguno canta mejor, ni con tal frenesí
como el ángel Israfel,
y las estrellas vertiginosas,
así lo afirma la leyenda,
deteniendo sus himnos,
escuchan el encantamiento de su voz,
todas en silencio.
Dudando en lo alto de su meridiano,
la luna apasionada se sonroja de amor,
mientras, para oírle, el mismo rayo
(y con él las veloces Pléyades)
se detienen en el cielo.
Y dicen que el fervor de Israfel
se debe al sortilegio de su lira,
al trémulo alambre vivo de sus cuerdas;
donde los pensamientos profundos son un deber,
donde el Amor es un Dios ya anciano,
donde los ojos de las huríes
brillan con la adorada belleza de los astros.
Tienes razón, Israfel,
en despreciar todo canto que no sea apasionado.
¡A ti los laureles, bardo el mejor
y el más sabio!
¡Larga y gozosa vida para ti!
Los altos éxtasis caen con las ardientes notas,
con tu dolor, tu alegría, tu odio, tu amor,
el fervor de tu laúd.
¿Qué hay de extraño en que las estrellas
eternas permanezcan mudas?
Sí, tuyo es el Cielo,
pero este es un mundo de dulce amargura,
nuestras flores son sólo flores,
y la sombra de tu inmensa beatitud
es la luz de nuestro sol.
Si yo pudiese habitar en el reino de Israfel,
y él en donde yo habito,
no podría el ángel cantar una melodía terrenal,
mientras yo, en cambio, podría lanzar al firmamento
un nota más plena que esta triste canción
que brota de mi lira.

El coliseo

¡Símbolo de la Roma antigua! ¡Suntuoso relicario
de sublimes contemplaciones legadas al
tiempo por difuntos siglos de pompa y de poderío!!
Al fin, después de tantos días de fatigante
peregrinaje y de ardiente sed,—sed de corrientes
de la ciencia que yace en ti,—yo, hombre
transformado, me arrodillo humildemente entre
tus sombras y bebo del fondo mismo de mi
alma tu grandeza, tu tristeza y tu gloria.

                             ——

¡Inmensidad, y edad, y recuerdos de antes!
Silencio y desolación y profunda noche! Os
percibo ahora y os siento en toda vuestra fuerza.
¡Oh sortilegios más eficaces que aquellos que
el rey de Judea enseñó en los jardines de Gethsemaní!
¡Oh encantos más poderosos que los
que la Caldea encantada arrancó jamás a las
tranquilas estrellas!

                              ——

Aquí, en donde cayó un héroe, cae una columna!
Aquí, en donde el águila teatral brillaba,
cubierta de oro, el oscuro murciélago
hace su aquelarre de media noche. Aquí, en
donde la cabellera dorada de las damas romanas
flotaba al viento, se balancean ahora el
cardo y la caña. Aquí, en donde el monarca
se inclinaba sobre su trono de oro, el ágil y
silencioso lagarto se desliza como un espectro
hacia su casa de mármol, al pálido resplandor
del creciente lunar.

                             ——

Pero, oíd. Esos muros, esas arcadas revestidas
de hiedra, esos zócalos musgosos, esas columnas
ennegrecidas, esos vagos relieves, esos
frisos ruinosos, esas cornisas rotas, ese naufragio,
esa ruina, esas piedras grises, ¡ay! ¿es
esto todo lo que queda de famoso y de colosal?
¿es esto todo lo que las horas corrosivas han
perdonado, todo lo que ellos nos han dejado al
Destino y a mi?

                             ——

«No. No es todo,—me responden los ecos,—no
es todo. Voces fuertes y proféticas se levantan
para siempre en nosotros y en toda ruina
a la intención de los sabios, parecidas a los
himnos de Memnon al Sol! Reinamos en los
corazones de los hombres más poderosos; reinamos
con despótico imperio sobre todas las
almas gigantes. No somos impotentes nosotras,
pálidas piedras. Todo nuestro poderío
no ha desaparecido,—ni toda nuestra gloria,—ni
todo el prestigio de nuestro alto renombre,
ni todo lo maravilloso que nos circunda, ni
todos los misterios que moran en nosotros,—ni
todos los recuerdos que se prenden en nuestros
flancos como un vestido, envolviéndonos
con un manto que es más que la gloria!

La romanza

¡Oh romanza que gustas cantar, la frente
adormecida y las alas plegadas, entre las hojas
verdes agitadas a lo lejos sobre algún lago
umbrío, tú has sido para mí un papagayo de
vivos colores, un pájaro muy familiar; tú
me has enseñado a leer mi alfabeto, a balbucear
todas mis primeras palabras, mientras
que, niño de mirada sagaz, me hundía en huraños
bosques.

                           ——

En estos últimos tiempos, el eterno Cóndor
de los tiempos ha estremecido de tal modo mi
cielo hasta en sus alturas, agrandando el tumulto
producido por el pasaje y la huida de
los años, y tengo tan obstinadamente los ojos
fijos en el inquietante horizonte, que no me
queda tiempo para mis dulces ocios.

Imaginación

La pura imaginación deriva tanto de la belleza como de fealdad, únicamente las cosas mas combinables y que no han sido combinadas hasta el momento; por regla general, el compuesto resultante participa de la belleza o de la sublimidad en razón de la respectiva belleza o sublimidad de las cosas combinadas, que todavía se consideran como atómicas, es decir, como combinaciones previas.

Pero lo que con frecuencia sucede análogamente en la química física se da con la misma facilidad en la química inteligente, y as¡ mezcla de dos elementos da como resultado algo que no posee las cualidades de ellos, o incluso nada de las cualidades de ambos.

Así, la gama de la imaginación resulta ilimitada. Sus materiales se extienden por todo el universo. Incluso de la deformidad consigue esa belleza que es al mismo tiempo su único objeto y su inevitable prueba.

Pero, en general, la riqueza, la fuerza de los materiales combinados, la facilidad de describir novedades que valgan la pena combinarse, y en especial "la absoluta combinación química" de la masa absoluta, son los detalles que debemos considerar en nuestra estima de la imaginación.

La completa armonía de una obra imaginativa con frecuencia es la causa de que los irreflexivos la supervaloren, dado el carácter obvio que se sobreañade a ella. Somos muy dueños de preguntarnos por que semejantes combinaciones no habían sido imaginadas antes.

Imitación

Una ola insondable de invencible orgullo,
un misterio y un sueño, tal debió parecer mi
primera edad. Yo añado que ese sueño estaba
atravesado por un pensamiento huraño, siempre
despierto, de seres que han existido, y que mi
espíritu no hubiera apercibido jamás si los
hubiera dejado pasar cerca de mi, bajo mi ensoñadora
pupila. Que ningún otro, acá abajo,
herede esta visión de mi espíritu, de esos pensamientos
que a cada instante quisiera dominar
y que se extienden como un hechizo sobre mi
alma. Porque, al fin, esa brillante esperanza
y ese tiempo liviano se han ido, y mi reposo
terrestre, me ha dejado, él también, con un
suspiro, al pasar. Entre tanto, no me preocupo
de que él perezca con un pensamiento que
entonces amaba....!

Poemas, Vol.4

Es tu hermosura, Elena...

Es tu hermosura, Elena,

Como esas naves niceas de antes
Que por la mar calma y serena
Llevaban a su nativa arena
Al exhausto navegante.

Perdido entre olas y zozobras vanas,

Tu pelo de jacinto, tu clásica belleza,
Tu aire de náyade galana
Me traen de vuelta a la gloriosa Grecia
Y a la grandeza romana.

¡Mira! ¡en tu nicho de cristal pulido

La lámpara de ágata levantas
Y tu figura de estatua se agiganta!
¡Oh Psique, tú que has venido
De tierras sacrosantas! 

 Sueños

¡Ojalá mi joven vida fuera un sueño duradero!
Y mi espíritu durmiera hasta que el rayo certero
De una eternidad anunciara el nuevo día.
¡Sí! Aunque el largo sueño fuera de agonía
Siempre sería mejor que estar despierto
Para quien tuvo, desde el nacimiento
En la dulce tierra, el corazón
Prisionero del caos de la pasión.

Mas si ese sueño persistiera eternamente
Como los sueños infantiles en mi mente
Solían persistir, si éso ocurriera,
Sería ridículo esperar una quimera.
Porque he soñado que el sol resplandecía
En el cielo estival, lleno de luz bravía
Y de belleza, y mi corazón he paseado
Por climas remotos e inventados,
Junto a seres imaginarios, sólo previstos
Por mí, ¿qué más podría haber visto?.

Pero una vez, una única vez, y ya no olvidaré
Aquel bárbaro momento, un poder o no sé qué
Hechizo me ciñó, o fue que el viento helado
Sopló de noche y al marchar dejó grabado
En mi espíritu su rastro, o fue la Luna
Que brilló en mis sueños con especial fortuna
Y frialdad, o las estrellas en cualquier caso
El sueño fue como ese viento: dejémosle pasar.

Yo he sido feliz, pues, aunque el medio
Fuera un sueño. Fui feliz, y los adoro:
¡Sueños!. Tanto por su intenso colorido
Que los oponen a lo real, y porque al ojo delirante
Ofrecen cosas más bellas y abundantes
Del paraíso y del amor, ¡y todas nuestras!
Que la esperanza joven en sus mejores muestras.

El Gusano Conquistador

¡Vedla! ¡Es noche de gala
en los últimos años solitarios!
La multitud de ángeles alados,
con sus velos, en lágrimas bañados,
son público de un teatro que contempla
un drama de esperanzas y temores,
mientras toca la orquesta, indefinida,
la música sin fin de las esferas.

Imágenes del Dios que está en lo alto,
allí los mimos gruñen y mascullan,
corren aquí y allá; y los apremian
vastas cosas informes
que el escenario alteran de continuo,
vertiendo de sus alas desplegadas,
un invisible, largo Sufrimiento.

¡Este múltiple drama ya jamás,
jamás será olvidado!
Con su Fantasma siempre perseguido
por una multitud que no lo alcanza,
en un círculo siempre de retorno
al lugar primitivo,
y mucho de Locura, y más Pecado,
y más Horror —el alma de la intriga.

¡Ah, ved: entre los mimos en tumulto
una forma reptante se insinúa!
¡Roja como la sangre se retuerce
en la escena desnuda!
¡Se retuerce y retuerce! Y en tormentos
los mimos son su presa,
y sus fauces destilan sangre humana,
y los ángeles lloran.
¡Apáganse las luces, todas, todas!
Y sobre cada forma estremecida
cae el telón, cortina funeraria,
con fragor de tormenta.
Y los ángeles pálidos y exangües,
ya de pie, ya sin velos, manifiestan
que el drama es el del Hombre, y que es su héroe
el Vencedor Gusano.

Un ensueño en un ensueño

 Recibid este beso en la frente. Y ahora que
os dejo, permitidme por lo menos confesar esto:
no os agraviéis, vos que estimáis que mis días
han sido un ensueño. Entretanto, si la esperanza
se ha ido, en una noche o en un día,
en una visión o en un sueño, ¿se ha ido menos
por eso? Todo lo que vemos o nos parece, no
es sino un ensueño en un ensueño!

                             ——

Me encuentro en medio de los bramidos de
una costa atormentada por la resaca, y tengo
en la mano granos de arena de oro. ¡Cuán
poco es! ¡Y cómo se deslizan a través de mis
dedos hacia el abismo, mientras lloro, mientras
lloro! ¡Dios mío, ¿no puedo retenerlos en un
nudo más seguro? ¡Dios mío!, ¿no podré
salvar uno solo del cruel vacío? ¿Todo lo que
vemos o nos parece no es otra cosa que un
ensueño en un ensueño?

Poemas, Vol.3

No hace mucho, el autor de estas líneas...
 
No hace mucho, el autor de estas líneas
afirmaba, con loca vanidad intelectual,
«el poder de las palabras», y descartaba
que en el cerebro humano cupieran
pensamientos ajenos al dominio de la lengua.
Ahora, como burlándose de tal jactancia,
dos palabras -dos suaves bisílabos foráneos
de ecos italianos, labrados sólo para los labios
de ángeles que, bajo la luna, sueñan «en rocío
que pende del Hermón como perlas hilvanadas»-
han emergido de los abismos de su corazón, como
impensados pensares que son el alma del pensamiento,
como visiones más ricas, más agrestes y divinas
que cuantas Israfel, el serafín del arpa («aquel que,
de todas las criaturas de Dios, tiene la voz más dulce»),
pudiera querer articular. ¡Y se han roto mis hechizos!
Impotente, la pluma cae de mi mano temblorosa.
Si el texto ha de ser, como me pides, tu dulce nombre,
no puedo escribir, no puedo hablar o pensar,
ay, ni sentir; pues no creo que sea un sentimiento
esta inmovilidad que me retiene frente al dorado
portal de los sueños abierto de par en par,
con la mirada absorta en la espléndida vista,
extasiado y conmovido al comprobar que a un lado
y a otro, a todo lo largo y ancho,
entre vapores purpúreos, y aún más allá
de donde acaba el panorama... sólo estás tú.

No me aflige que mi cuota de mundo

No me aflige que mi cuota de mundo
Tenga poco de terrenal en ella;
Ni que años de amor, en un segundo
De rencor, se esfumen sin dejar huella.

No lamento que los desvalidos
Sean, querida, más dichosos que yo,
Pero sí que sufras por mi destino,
Siendo pasajero como soy (...)

De todos cuantos anhelan tu presencia...

De todos cuantos anhelan tu presencia como una mañana,
De todos cuantos padecen tu ausencia como una noche,
Como el destierro inapelable del sol sagrado
Allende el firmamento; de todos los dolientes que a cada instante
Te bendicen por la esperanza, por la vida, ah, y sobre todo,
Por haberles devuelto la fe extraviada, enterrada
En la verdad, en la virtud, en la raza del hombre.

De todos aquellos que, cuando agonizaban en el lecho impío
De la desesperanza, se han incorporado de pronto
Al oírte susurrar con dulzura: "¡Que haya luz!",
Al oírte susurrar esas palabras acentuadas
Por el sereno brillo de tus ojos.

De todos tus numerosos deudores, cuya gratitud
Raya la veneración, recuerda, oh no olvides nunca
A tu devoto más ferviente, al más incondicional,
Y piensa que estas líneas vacilantes las habrá escrito él,
Ése que ahora, al escribirlas, se emociona pensando
Que su espíritu comulga con el espíritu de un ángel.

Eulalia

Desterrado del mundo voluntario,
entre quejas y lágrimas vivía;
era mi alma tristísimo calvario
sin amores ni dulce compañía.

Mas Eulalia, gentil y pudorosa
llegó a ser mi agradable compañera,
y en sus bucles auríferos, la hermosa
recibió mi caricia placentera.

En la noche el fulgor de las estrellas
no iguala sus miradas tan radiantes,
ni en el mínimo crepúsculo hay en ellas
que irise cual sus ojos tan brillantes.

Los bucles que ella ostenta en sus cabellos
inculcan en mi ser la poesía,
y Astarté lanza cálidos destellos
contemplando a mi Eulalia noche y día.

Suspiro por suspiro su alma entera
Eulalia me dedica con amor;
no me invade ya más la duda artera,
ni yazgo en el abismo del dolor.

La ciudad en el mar

¡Mira! La muerte se ha izado un trono
en una extraña y solitaria ciudad
allá lejos en el sombrío Oeste,
donde el bueno y el malo y el mejor y el peor
han ido a su reposo eterno
Allí capillas y palacios y torres
(torres devoradoras de tiempo que no se estremecen)
no se asemejan a nada que sea nuestro.
En los alrededores, olvidadas por vientos inquietos
resignadamente bajo el cielo
las melancólicas aguas reposan.

No bajan rayos de luz del santo cielo
a esta ciudad de la eterna noche.
Pero una luz interior del lívido mar
proyecta silenciosas torrecillas
-resplandecen los pináculos por todas partes-
Cúpulas-agujas, salones reales
pórticos, paredes estilo babilónico,
sombrías y olvidadas glorietas
de hiedra esculpida y flores pétreas,
y muchos, muchos maravillosos santuarios
cuyos ensortijados frisos entrelazan
la viola, la violeta y la vid.

Resignadamente bajo el cielo
las melancólicas aguas reposan.
Tanto se mezclan allí las torres y las sombras
que parecen péndulos en el aire
mientras que desde una altiva torre en la ciudad
la muerte mira hacia abajo como desde una enormidad.

Allí los tiempos abiertos y las descubiertas tumbas
bostezan a nivel con las luminosas olas,
pero no las riquezas que allí yacen
en cada uno de los ojos de diamante del ídolo
-los muertos alegrementes enjoyados no
tientan las aguas desde sus lechos-;
pues no se rizan las ondas, ¡ay!,
en este desierto de cristal-
Ninguna agitación dice que los vientos pueden estar
en algún mar lejano y más feliz-.
Ninguna ola sugiere que los vientos han estado
en mares menos espantosamente serenos.

¡Pero, mira! ¡Algo se agita en el aire!
La ola. ¡Hay un movimiento allí!,
como si las torres se hubieran apartado,
sumergiéndose lentamente, la lenta marea,
como si sus cimas débilmente hubieran dejado
un vacío en el brumoso cielo.
Las olas tienen ahora un brillo rojizo
las olas respiran desmayadas y lentas.
Y cuando ya no hay lamentos terrenales
baja, baja esta ciudad hasta donde se quedará desde ahora.
El infierno, elevándose desde mil tronos,
le hará reverencias.

Eldorado

Arrogante y altanero
Un armado caballero,
Por la luz y por la sombra, alucinado,
Y cantando
Sus canciones, fue vagando
En procura de la tierra de Eldorado.

Pero vano fue su esmero
Y ya viejo el caballero,
Por la sombra el corazón sintió apresado,
Al pensar que nunca el día
Llegaría
En que hallara aquella tierra de Eldorado.
Ya sin fuerzas, vacilante,
Encontró una sombra errante.
”Sombra” –díjole febril y esperanzado-
A mi súplica responde:
”¿Sabes dónde
Hallaré, de Eldorado la tierra ignota?”

-En la luna, tras de extrañas
Y fatídicas montañas,
en el valle por las sombras habitado-
Respondióle: -Ve adelante,
Caminante,
Si es que buscas esa tierra de Eldorado.

Las enramadas donde veo...
Las enramadas donde veo,
En sueños, las más variadas
Aves cantoras, son labios y son
Tus musicales palabras susurradas.

Tus ojos, entronizados en el cielo,
Caen al fin desesperadamente,
¡Oh Dios! en mi sombría mente
Como luz de estrellas sobre un velo.

Oh tu corazón suspiro al despertar
Y duermo para soñar hasta que raya el día
En la verdad que el oro jamás podrá comprar
Y en las bagatelas que sí podría.

sábado, 25 de junio de 2011

Poemas, Vol.2

Al lago 

En la primavera de mi juventud era mi destino
buscar un lugar del ancho mundo
que no pudiera amar menos,
tan hermosa era la soledad
del apartado lago, rodeado de negras rocas,
y altos pinos que se elevaban alrededor. 

Pero cuando la noche había extendido su manto
sobre aquel lugar, como encima de todo,
y el místico viento pasaba
murmurando una melodía,
entonces, oh entonces, me despertaba
al terror del solitario lago. 
Pero el terror no era espanto,
sino tembloroso deleite,
un sentimiento que ninguna riqueza
me podría hacer decir ni sobornar a definir,
ni el amor, aunque fuera el tuyo. 
La muerte estaba en aquella ola venenosa,
y en su golfo un ajustado sepulcro
para el que desde allí podía traer solaz
a su solitaria imaginación,
cuya solitaria alma podía hacer
un Edén de aquel oscuro lago.  

Al río

¡Hermoso río! en el resplandor, límpida corriente
de cristal, errante agua.
Eres un emblema del brillo,
de belleza, de no escondido corazón,
la juguetona sombra de arte
en la hija del viejo Alberto; 
pero cuando ella mira en tu ola,
que reluce entonces, y tiembla,
pues, entonces, el más bonito de los arroyos
se parece a su adorador;
ya que en su corazón, como en tu arroyo
la imagen de ella profundamente yace,
el corazón de él que tiembla ante el rayo de luz
de los ojos de ella que indagan el alma.  

Canción 

Te vi en tu día nupcial,
cuando un ardiente rubor te cubrió,
aunque la felicidad se extendía a tu alrededor.
El mundo era todo amor ante ti: 
Y en tus ojos comenzaba a crecer una luz
(por cualquier razón)
era todo lo que en el mundo mi dolorosa visión
de la belleza podía captar.  
Aquel rubor, quizás, era vergüenza de virgen,
tal como bien puede pasar,
aunque su brillo ha levantado una más feroz llama
en el pecho de él, ¡ay! 
Quien te vio en aquel día nupcial,
cuando aquel profundo rubor te cubriera,
aunque la felicidad a tu alrededor se extendiera
y todo el mundo fuera amor ante ti.  

Espíritus de los muertos

I

Tu alma se encontrará sola a sí misma
en medio de oscuros pensamientos de las piedras de la tumba gris.
Nadie, entre toda la multitud, espía
en tu hora de secreto. 
II

Sé silencioso en esa soledad,
que no es tristeza de estar solo, pues entonces
los espíritus de la muerte que estuvieron
en la vida antes que tú, están de nuevo
en la muerte a tu alrededor. Y su voluntad
habrá de subyugarte: no te muevas.  
III

La noche, aunque clara, fruncirá el ceño,
y las estrellas no mirarán hacia abajo,
desde sus altos tronos en el cielo
con luz como esperanza dada a los mortales.
Pero sus rojos ojos, sin rayo
parecerán para tu cansancio
como una quemadura y una fiebre
que se adheriría a ti para siempre. 
IV

Ahora hay pensamientos que tú no prohibirás.
Ahora hay visiones que no desterrarán.
No pasarán de tu espíritu
jamás, como gotas de rocío de la hierba.  
V

La brisa, la respiración de Dios, está quieta,
y la niebla sobre la colina
tenebrosa, tenebrosa, todavía intacta,
es un símbolo y una señal
de cómo se sostiene sobre los árboles
un misterio de misterios. 

Un Peán

I

¿Cómo será leído el rito del entierro?
¿La solemne canción cantada?
¿El réquiem para las más bella muerta,
que haya muerto tan joven? 
 II

Sus amigos están contemplándola,
en su vistoso féretro.
¡Y lloran! ¡Oh!, deshonrar
la belleza muerta, con una lágrima! 
III

Ellos la amaban por su riqueza
la odiaban por su orgullo.
Pero ella creció con salud feble,
y ellos la aman, pues murió.  
IV

Ellos me dicen (mientras hablan
de su "costosa mortaja bordada")
que mi voz se está volviendo débil,
que no debería cantar de ningún modo. 
V

¡Oh, que mi tono debiera
adecuarse a tan solemne canción
tan lastimera, tan lastimera,
que la muerta no sintiese agravio.  
VI

Pero ella se ha ido arriba,
con la joven esperanza a su lado,
y yo estoy embriagado con el amor
de la muerta, que es mi novia. 
VII

De la muerta de la muerta que yace
toda perfumada aquí,
con la muerte en los ojos,
y la vida en el cabello.  
VIII

Así en el ataúd recio y largo
yo golpeo. El susurro enviado
por las grises cámaras a mi canción
será el acompañamiento. 
IX

Tú bien moriste en el junio de tu vida,
pero no moriste demasiado bella
no moriste demasiado pronto,
no con demasiada calma en el aire.  
X

Por eso, para ti esta noche
no elevaré un réquiem,
pero te llevaré en tu vuelo,
con un peán de antaño. 

Solo 

Desde el tiempo de mi niñez, no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude sacar
mis pasiones desde una común primavera.
De la misma fuente no he tomado
mi pena; no se despertaría
mi corazón a la alegría con el mismo tono;
y todo lo que quise, lo quise solo.
Entonces -en mi niñez- en el amanecer
de una muy tempestuosa vida, se sacó
desde cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:
desde el torrente o la fuente,
desde el rojo peñasco de la montaña,
desde el sol que alrededor de mí giraba
en su otoño teñido de oro,
desde el rayo en el cielo
que pasaba junto a mí volando,
desde el trueno y la tormenta,
y la nube que tomó la forma
(cuando el resto del cielo era azul)
de un demonio ante mi vista. 

Ulalume

Los cielos estaban cenicientos y lúgubres.
Los follajes crispados y huraños.
Las hojas marchitas y secas.
Era una noche del solitario octubre,
Del más inmemorial de los años.

Fue cerca del oscuro lago de Áuber,
En la región brumosa de Weir,
Junto a la ciénaga brumosa de Áuber,
En el bosque embrujado de Weir.

A través de un paseo titánico de cipreses
Vagaba yo en soledad con mi alma;
De cipreses, con Psiquis, mi alma.
Mi corazón era entonces volcánico,
Como las escorias que ruedan en los ríos,
Como las lavas que ruedan intranquilas

En las sulfúreas corrientes del Yaanek,
En los últimos climas del polo
Que gimiendo mientras bajan rodando el monte Yaanek
En los reinos del polo boreal.

Nuestra charla había sido grave y moderada,
Pero nuestros pensamientos estaban paralizados y marchitos;
Nuestros recuerdos, inciertos y gastados,
Pues no sabíamos que el mes era octubre
Ni advertimos la noche del año
(¡Ah, noche entre todas las noches del año!)
No vimos el oscuro lago de Áuber
(Aunque ya habíamos bajado por allí).
No recordamos la húmeda ciénaga de Áuber
Ni el bosque embrujado de Áuber.

Y entonces, cuando la noche envejecía,
Cuando el cuadrante astral señala la mañana,
Al fin de nuestra senda,
Un lácteo fulgor nacido
Fuera del cual un milagroso creciente
Se alza con doble cuerno:
El creciente diamantino de Astarté
Claro y con su doble cuerno.
Y le dije: "Es más tibia que Diana:
Flota en un éter de suspiros,
Ríe en una región de suspiros:
Ella ha visto que las lágrimas no se secan,
Aquellas mejillas donde los gusanos nunca mueren,
Y ha pasado por las estrellas del León
Para señalarnos la senda de los cielos
De la paz leteana del Cielo;
Sube a pesar del León
Brillando sobre nosotros con su mirada confiada,
Sube sin temer el cubil del León,
¡Con amor en sus ojos radiantes!

Pero Psiquis, levantando su dedo dice:
"De esa estrella, oh mortal, desconfía:
De su extraña palidez yo desconfío.
¡Oh!, ¡apresúrate! ¡No meditemos!
¡Oh!, ¡vuela! ¡Ven!, huyamos; debemos hacerlo"
Aterrorizada habló, dejándome por el polvo.
Todavía ellos, apesadumbradamente, las arrastraban por el polvo.

Yo contesté: "Esto no es nada sino un sueño;
Sigamos su trémula luz;
Sigamos bañándonos en su cristalina luz;
En su sibilino esplendor está brillando
La Esperanza y la Belleza de esta noche.
¡Veo sus alas subir al firmamento a través de la noche!
Confiémonos en su resplandor
Y con seguridad nos llevará felizmente.
¡Confiémonos en un resplandor
Que no puede sino guiarnos con acierto
Cuando sube al Cielo en medio de la Noche!"

Así calmando a Psiquis, la besé,
Intenté alejar su melancolía
Y vencí sus escrúpulos y tristeza;
Pero estábamos parados a la puerta de una tumba;
Cerca de la puerta de una legendaria tumba.
Y yo dije: "¿Qué lees, dulce hermana,
En la puerta de esa legendaria tumba?"
Y ella dijo: "Ulalume, Ulalume.
¡Es la tumba de tu perdida Ulalume!"

Sentí mi corazón lúgubre y yerto
Como cuando las hojas se crispaban,
Como cuando las hojas estaban marchitas y secas.
Y yo grité: "¡Será seguramente octubre!"
Fue una noche idéntica, hace un año
Cuando viajé, cuando descendí hasta aquí..
Llevando una terrible carga.
¡Aquella noche, aquella noche del año!
¡Oh!, ¿qué demonio me trae hasta aquí?
Reconozco la ciénaga de Áuber
Y la región brumosa de Weir;
Bien conozco ahora que ésta es la ciénaga de Áuber
y aquél el embrujado bosque de Weir!

 Leonora ¡El vaso se hizo trizas! Desapareció su esencia
¡Se fue; se fue! ¡Se fue; se fue!
Doblad, doblad campanas, con ecos plañideros,
Que un alma inmaculada de Estigia en los linderos
Flotar se ve.
Y tú, Guy de Vere, ¿qué hiciste de tus lágrimas ?
¡Ah, déjalas correr!
Mira, el angosto féretro encierra a tu Leonora;
Oye los cantos fúnebres que entona el fraile; ahora.
Ven a su lado, ven.
Antífonas salmodien a la que un noble cetro
Fue digna de regir;
Un ronco De Profundis a la que yace inerte,
Que con morir
Indignos, los que amábais en ella solamente
Las formas de mujer,
Pues su altivez nativa os imponía tanto,
Dejasteis que muriera, cuando el fatal quebranto
Posó sobre su sien.

¿Quién abre los rituales? ¿Quién va a cantar el Réquiem?
Quiero saberlo, ¿quien?
¿Vosotros miserables de lengua ponzoñosa
Y ojos de basilisco? ¡Mataron a la hermosa,
Que tan hermosa fue!
¿Peccavimus cantasteis? Cantasteis en mala hora
El Sabbath entonad;
Que su solemne acento suba al excelso trono
Como un sollozo amargo que no suscite encono
En la que duerme en paz.
Ella, la hermosa, la gentil Leonora,
Emprendió el vuelo en su primer aurora;
Ella, tu novia, en soledad profunda
¡Huérfano te dejó!
Ella, la gracia misma ora reposa
En rígida quietud; en sus cabellos
Hay vida aún; mas en sus ojos bellos
¡No hay vida, no, no, no! 

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