El Rincón de Poe


--Vida, cuentos y poemas de Edgar Allan Poe.


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domingo, 26 de junio de 2011

Poemas, Vol.6

Ojalá mi joven vida fuera un sueño duradero

¡Ojalá mi joven vida fuera un sueño duradero!
Y mi espíritu durmiera hasta que el rayo certero
De una eternidad anunciara el nuevo día.
¡Sí! Aunque el largo sueño fuera de agonía
Siempre sería mejor que estar despierto
Para quien tuvo, desde el nacimiento
En el dulce tierra, el corazón
Prisionero del caos de la pasión.

Mas si ese sueño persistiera eternamente
Como los sueños infantiles en mi mente
Solían persistir, si eso ocurriera,
Sería ridículo esperar una quimera.
Porque he soñado que el sol resplandecía
En el cielo estival, lleno de luz bravía
Y de belleza, y mi corazón he paseado
Por climas remotos e inventados,
Junto a seres imaginarios, sólo previstos
Por mí... ¿qué más podría haber visto?.

Pero una vez, una única vez, y ya no olvidaré
Aquel bárbaro momento, un poder o no se qué
Hechizo me ciñó, o fue que el viento helado
Sopló de noche y al marchar dejó grabado
En mi espíritu su rastro, o fue la Luna
Que brilló en mis sueños con especial fortuna
Y frialdad, o las estrellas... en cualquier caso
El sueño fue como ese viento: démosle paso.

Yo he sido feliz, pues, aunque el sistema
Fuera un sueño. Fui feliz, y adoro el tema:
¡Sueños!. Tanto por su intenso colorido
Que oponen a lo real, y porque al ojo delirante
Ofrecen cosas más bellas y abundantes
Del paraíso y del amor, ¡y todas nuestras!
Que la esperanza joven en sus mejores muestras.

Para Annie

¡Gracias a Dios! la crisis, el mal ha pasado y
la lánguida enfermedad ha desaparecido por
fin, y la fiebre llamada «vivir» está vencida.

                                ——

Tristemente, sé que estoy desposeído de mi
fuerza, y no muevo un músculo mientras estoy
tendido, todo a lo largo. Pero, ¿qué importa?
Siento que voy mejor paulatinamente.

                                ——

Y reposo tan tranquilamente, en el presente,
en mi lecho, que a contemplarme se me
creería muerto, y podría estremecer al que me
viera, creyéndome muerto.

                                ——

Las lamentaciones y los gemidos, los suspiros
y las lágrimas son apaciguadas entre tanto
por esta horrible palpitación de mi corazón;
¡ah, esta horrible palpitación!

La incomodidad,—el disgusto—el cruel sufrimiento—han
cesado con la fiebre que enloquecía
mi cerebro, con la fiebre llamada «vivir»
que consumía mi cerebro.

                               ——

Y de todos los tormentos, aquel que más
tortura ha cesado: el terrible tormento de la
sed por la corriente oscura de una pasión maldita.
He bebido de un agua que apaga toda
sed.

                              ——

He bebido de un agua que corre con sonido
arrullador, de una fuente subterránea pero
poco profunda, de una caverna que no está
muy lejos, bajo tierra.

¡Ah! que no sea dicho jamás: mi cuarto
está oscuro, mi lecho es estrecho; porque
jamás ningún hombre durmió en lecho igual—y
para dormir verdaderamente, es en un
lecho como éste en el que hay que acostarse.

                              ——

Mi alma tantalizada reposa dulcemente aquí,
olvidando, sin recordarlas jamás, sus rosas, sus
antiguas ansias de mirtos y de rosas.

                              ——

Pues ahora, mientras reposa tan tranquilamente,
imagina a su alrededor, una más santa
fragancia de pensamientos, una fragancia de
romero mezclado a pensamientos, a sabor callejero
y al de los bellos y rígidos pensamientos.

                              ——

Y así yace ella, dichosamente sumergida
en recuerdos perennes de la constancia y de la
belleza de Annie, anegada en un beso a las trenzas
de Annie.

                              ——

Tiernamente me abraza, apasionadamente
me acaricia. Y entonces caigo dulcemente
adormecido sobre su seno, profundamente adormido
del cielo de su seno.

                              ——

Y así reposo tan tranquilamente en mi lecho—conociendo
su amor—que me creéis muerto.
Y así reposo, tan serenamente en mi lecho,—con
su amor en mi corazón,—que me creéis
muerto, que os estremecéis al verme, creyéndome
muerto.

                              ——

Pero mi corazón es más brillante que todas
las estrellas del cielo, porque brilla para Annie,
abrasado por la luz del amor de mi Annie, por
el recuerdo de los bellos ojos luminosos de mi
Annie....

A mi madre

Porque siento que allá arriba, en el cielo, los
ángeles que se hablan dulcemente al oído, no
pueden encontrar entre sus radiantes palabras
de amor una expresión más ferviente que la de
«madre», he ahí por qué, desde hace largo
tiempo os llamo con ese nombre querido, a ti
que eres para mí más que una madre y que
llenáis el santuario de mi corazón en el que la
muerte os ha instalado, al libertar el alma de
mi Virginia. Mi madre, mi propia madre, que
murió en buena hora, no era sino mi madre.
Pero vos fuisteis la madre de aquella que quise
tan tiernamente, y por eso mismo me sois
más querida que la madre que conocí, más
querida que todo, lo mismo que mi mujer era
más amada por mi alma que lo que esta misma
amaba su propia vida.

A la señorita

¿Qué me importa si mi suerte terrestre no
encierra en mí mismo más que una pequeña
cosa de esta tierra? ¿qué me importa si años
de amor son olvidados en un momento de odio?

No lloro en forma alguna porque los desolados
sean más dichosos que yo, pequeña, sino
porque veo que os afligís por el destino de éste
que no es sino un transeúnte sobre la tierra...

A Elizabeth

¿Deseas ser amada? No pierdas pues
el rumbo de tu corazón. Sólo aquello
que eres has de ser, y lo que no eres no.
Así, en el mundo, tu modo sutil, tu gracia,
tu bellísimo ser, serán objeto de elogio sin fin
y el amor, un sencillo deber.

La estrella de la tarde

Era en el corazón del verano y en medio de
la noche. Las estrellas marchando en sus órbitas
brillaban con un pálido resplandor a través
de la luz más viva de la fría luna, mientras que
ésta, rodeada de los planetas, sus esclavos,
lanzaba desde lo alto de los cielos, sus rayos
sobre las olas.

Yo contemplaba su triste sonrisa, demasiado
fría, demasiado fría para mí. Una nube oscura
vino a pasar, semejante a un sudario, y fué
entonces que me volví hacia ti, Estrella del
Sur, orgullosa en tu gloria lejana. Y ahora
me será más querida tu luz, porque lo que me
traes de más magnificente a través del cielo
nocturno, es la alegría de mi corazón, y yo prefiero
tu discreto y lejano resplandor a esa llama
cercana pero más fría!

Estrellas fijas

                                      I

Te vi un punto;
era una noche de julio, noche tibia y perfumada,
noche diáfana,
de la Luna plena y límpida,
límpida como tu alma,
descendían
sobre el parque adormecido gráciles velos de plata;
ni una ráfaga
el infinito silencio
y la quietud perturbaban;
en el parque
evaporaban las rosas los perfumes de sus almas,
para que los recogieras
en aquella noche mágica;
para que tú lo aspiraras su último aliento exhalaban,
como en una muerte extática;
y era una selva encantada,
y era una noche de ensueños y claridades fantásticas!

                                      II

¡Toda de blanco vestida,
toda blanca
sobre un banco de violetas
reclinada
te veía,
y a las rosas moribundas y a ti una luz tenue y diáfana
alumbraba
luz de perla diluida
en un éter de suspiros y de evaporadas lágrimas!


                                     III

¿Qué hado extraño
(¿fué ventura, fué desgracia?)
me condujo
aquella noche hasta el parque de las rosas que exhalaban
los suspiros perfumados
de su alma?
Ni una hoja
susurraba;
no se oía
una pisada,
todo mudo,
todo en calma,
todo en sueño
menos tú y yo (¡cuál me agito al unir las dos palabras!)
menos tú y yo. De repente
todo cambia.
De la Luna la luz límpida, la luz de perla se apaga,
el perfume de las rosas muere en las dormidas auras,
los senderos se oscurecen
expiran las violas castas,
menos tú y yo, todo huye, todo muere, todo pasa...
¡Todo se apaga y se extingue menos tus hondas miradas,
tus dos ojos donde arde
tu alma!
Y sólo veo entre sombras aquellos ojos...
¡Oh, amada!
¡Qué tristezas extrahumanas,
qué irreales
leyendas de amor relatan!
¡Qué misteriosos dolores,
qué sublimes esperanzas,
qué mudas renunciaciones
expresan aquellos ojos que en las sombras fijan en mí sus miradas!


                                     IV

¡Noche oscura,
ya Diana
entre turbios nubarrones hundió la faz plateada;
y tú sola
en medio de la avenida
funeraria,
te deslizas
ideal, mística y blanca,
te deslizas y te alejas incorpórea cual fantasma;
sólo flotan tus miradas,
sólo tus ojos perennes,
tus ojos de hondas miradas
fijos quedan!
A través de los espacios y los tiempos marcan, marcan
mi sendero, y no me dejan cual me dejó la esperanza.
¡Van siguiéndome,
siguiéndome
como dos estrellas cándidas,
cual fijas estrellas dobles en el Cielo apareadas!
En la noche
solitaria
purifican con sus rayos y mi corazón abrasan
y me prosterno ante ellos con adoración extática;
y en el día
no se ocultan cual se ocultó mi esperanza;
por todas partes me siguen mirándome fijamente
en mi espíritu clavadas...
¡Misteriosas y lejanas
me persiguen tus miradas
como dos estrellas fijas, como dos estrellas tristes,
como dos estrellas blancas!

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